jueves, 14 de febrero de 2013

Epílogo para un corazón de pizarra.



Casi terminando 2.012, conté en el post  Un corazón de pizarra, algo que me sucedió durante el verano de 2.002 en el lucense Valle de Rao. No podía imaginar entonces que la historia tendría un epílogo igual de  curioso. Con la aparición y permanencia de Paco en mi vida di por cumplido el oráculo y escribí lo que creía el final de la anécdota.

Pues bien; parece que en esta suerte de historias no debiera aventurarse un fin, que ya se encarga la casualidad de tales rúbricas, sin prestar atención a conjeturas.

Aquí me encuentro, frente a mi sufrido HP -iniciales que unas veces corresponden a Hewlett Packard y otras a cierto desahogo visceral con puntos suspensivos, según las emociones que me desaten su funcionamiento-, dispuesta a escribir el que yo creo epílogo, sin comprometer ya mi convicción. Bien pudiera tratarse únicamente de otro episodio. Mi abuela solía decir que no hay guarra sin melindres ni dos sin tres; no me preguntes, ignoro la razón del maridaje, y aunque la primera parte no me consta, viene a cuento la segunda.

El pasado domingo Paco y yo decidimos hacer una excursión. De improviso, sin haberla programado. En el quinteto de los Cámara brother's, lo de las planificaciones está proscrito. Sólo las practica la que culmina el sexteto, Magdalena, y porque es fémina, supongo. Sus hermanos deben achacar a esto, y no a otra cosa,  los sarpullidos que ella padece ocasionalmente, según dice, a causa de cierta bisutería. A ellos, desde luego,  no les castiga ese prurito ni por contagio severo. 

Resignada al estilo anti previsiones como uno puede resignarse a las lentejas, gusten más o menos, hace cuatro días me instalé en el asiento derecho del Qashqai, sin pajolera idea de mi destino. Al conductor le pasaba más o menos, pero ya digo que otra disposición en él, habría sido preocupante.

Carretera arriba, carretera abajo, acabamos en el Pontón de la Oliva. Se trata de una presa ya en desuso, situada en la Sierra de Ayllón, (Guadalajara). E
n el año 1.851, el rey consorte Francisco Asís presidió la colocación de su primera piedra -no rebusques, que no me meto en las correrías del Borbón-. La construcción se inauguraría en 1.858 como parte del primer sistema del Canal Isabel II. 




Notablemente menos experta que mi pareja en tránsitos rupestres, yo me afanaba en seguir sus pasos con precaución. Se trataba de no tropezar, resbalar o atajar rodando por las pendientes que por lo común, suelen zanjar un costado de los exiguos y pedregosos senderos por los que se anticipa, y que a decir verdad, son sus predilectos.

Mirar al suelo mientras caminas tiene sus inconvenientes, pero también beneficios. No puedes disfrutar continuamente del paisaje, pero te encuentras cosas; y algunas hasta agradables. Paco había conjeturado que por allí habría bastante pizarra. 

Esperaba encontrar algún trozo aparente, pero un segundo corazón, eso ni por lo más remoto. 

Sin embargo allí estaba, al borde del camino y de la inagotable capacidad de sorpresa que guarda cada día. Era muy parecido al primero, algo más grande. Con una muesca central en la línea de intersección superior casi de calco. Una réplica aumentada, increíble, once años después. Aquí está la foto; no lo he soñado.





La sentencia hecha realidad se autoproclama repitiendo el guiño, redundando en la forma y añadiendo  contundencia. La primera vez fue una promesa sorprendente, la segunda el sello de la palabra cumplida; surgiendo de repente en el rumbo compartido, en el paisaje que estábamos descubriendo juntos. Otra vez los símbolos hablando; ricos, profundos, magníficos, generosos. 
 
Y entre los dos hallazgos el nexo de unión: un milagro. 
Se llama Francisco, y es el hombre de mis realidades

Feliz día de hoy. 
Feliz día de mañana. 
Feliz día de pasado mañana. 

Feliz cualquiera de los días que pueda seguir diciéndote que te quiero, que es presente a secas, o mejor en ese otro presente que para mí es más radical y que viene con gerundio:  te estoy queriendo. 



Mariaje López.


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2 comentarios:

  1. Yo tambien tengo un HP, pero el sufrido soy yo, que el ejerce los puntos suspensivos conmigo, por el trato que me dispensa y las veces que me deja "colgao"
    Lo de los corazones es serio, ya casi tienes para techar de pizarra ese hogar que tu corazon demandaba durante un tiempo.
    Un hermano mio tiene una fábrica de pizarra en Brasil, y le voy a decir que me aparte los corazones, que en esta zona los paseos no regalan esas formas en tales materiales, aunque supongo que encontrarlos en un paseo no tiene precio. ¿No será que los va colocando Paco por ahí y luego propone una mágica caminata? Sería igualmente hermoso.

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  2. Pues sí que sería igual de hermoso, Tucho, pero el primero descartado, porque no le conocía. Y el segundo, improbable, porque de verdad ni habíamos planificado salir, estuvimos a punto de ir a otro sitio, me preguntó a mí si quería ir por tal o cual dirección... etc.
    Sí que trajo uno, de piedra pero no de pizarra, que está puesto en el jardín, y ese tambíen es perfecto, pero mide unos 40 X 35 cm. o así, y es gordito.

    Lo encontró en una caminata por la sierra, iba solo, y tuvo que dejarlo allí, porque pesaba. Llegó, cogió el coche, sin decirme nada, y se volvió a marchar. Cuando llegó lo traía en brazos. Cualquier día le hago una foto y te lo muestro.

    ¿Cómo van tus andanzas?

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