lunes, 4 de febrero de 2013

La plaza nevada.



LA PLAZA NEVADA



La madrugada se escapa entre los arcos, interrogantes densos y umbríos. Palidece el suelo y se desmayan los pensamientos sobre la nieve, sin dejar huella, como extrañas letanías que engarza el corazón para espantar los recuerdos.

En la penumbra se desliza cantando la sombra del borracho. Un traspié quiebra su serenata contra el suelo inmaculado. Allí permanece largo rato, con las estrofas clavadas en el pecho inmóvil de marioneta triste. 

A duras penas se incorpora, abre el contenedor, vomita sus pesadillas. Tras la convulsión alza el rostro, exhausto y aliviado, permitiendo que una impía luz eléctrica le escarbe las arrugas que el miedo cinceló en su frente. Miedo desfigurado y líquido que lo empapa en su letal gangrena. Desaparece por el arco grande, llevándose la tortura inútil de su voluntad enferma. 

Escucho pasos en la escalera. Pasos que arrastran tedio, tropiezos desiguales. Golpes desmayados en la puerta, eludiendo el timbre que detesta. Sin apresurarme, deslizo las cortinas de falso terciopelo.

Al entrar el borracho me mira de soslayo cosiéndome a su mirada febril y vidriosa. Una mirada que restriega con las manos huesudas, crispadas de tanto agarrarse al vacío. Los párpados caen vencidos bajo el peso de una vida miserable, y se derrumba sobre la cama, haciéndose un cuatro, replegando en el fuego que le arde en las entrañas. 

Contemplo la escena sin traspasar el quicio. Él me atisba desde no sé qué mundo despintado y lóbrego mientras arropo con la colcha sus despojos. Antes de que me vaya me pregunta una vez más para qué existimos, y yo no tengo aliento para buscar más respuestas. Cierro la puerta como una autómata, abrumada por un cansancio viejo, repitiéndome como las otras veces que no es amor morir con el suicida, ni compasión ayudarlo a cavar su tumba.


Mariaje López

Mariaje López.


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2 comentarios:

  1. Extrañas vidas, envueltas en el tacto de un terciopelo falso. La de un corazón con letanías, la de un borracho más respetuoso con su vómito que con su compañera, la de su sombra que canta.
    “Le descalzo, le arropo, le miro...” ¡qué pena que no tenga respuesta para la existencia de la persona que le profesa esos tales bálsamos!
    Pesadamente se viste, quizás a la espera de un último y definitivo ¡perdóname!, si alguna vez hubo súplicas. La desesperación tan solo le trae un deseo de suerte.
    “No es amor morir con el suicida”… ni vivir con él, esto sí podría ser compasión. Gracias, poeta.

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  2. Gracias a tí, que te tomas el trabajo de leerme, y además glosarme.
    Un abrazo, Tucho.

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