domingo, 28 de julio de 2013

Ara Malikian el humilde.


Imagen de http://www.aramalikian.com/


Le llaman el violinista roquero. Pelo al viento, vistosos chalecos, vaqueros, pulseras, tatuajes. Y un violín, claro. De más de trescientos años, adquirido en Venecia. Dice Ara que no es su violín, sino que él es su violinista, porque los violines viven más y tienen más amores, y él sólo será una parte de esa gran historia. Afirma que cada violín se va guardando el alma de sus músicos, y para ilustrarlo cuenta una anécdota de cuando recibió el "Premio Internacional de violín Pablo Sarasate" y tuvo ocasión de tocar su famoso Stradivarius:

"Se trata de un violín extraordinario, pero no está tan bien conservado como el Cannone*1. Toqué obras de varios autores, y al final, tres o cuatro de Sarasate. El violín cambió. Empezó a sonar de un modo que me emocionó. Se veía que en este violín se habían tocado estas obras". 

Ara Malikian
dice, como ya han dicho 
muchos otros del arte en general, que la música no es para entenderla, sino para disfrutarla. Que la arrogancia y el exceso de solemnidad de cuño ortodoxo han encorsetado tanto a la música clásica, que cada vez es más reducido el número de espectadores que acuden a estos conciertos, que le apena profundamente la barrera que existe entre la orquesta y el público, que se siente mucho mejor cuando establece contacto con la gente durante las actuaciones. Y convencido del daño que tanta rigidez ha ocasionado a un arte tan maravilloso, quiere llevar la música clásica -y no clásica-, a todos los estamentos, a todo tipo de público, y especialmente a los jóvenes y a los niños, que son los que en su momento sintió más alejados de este entorno. 

Y ha emprendido una cruzada  personal para demostrar varias cosas: que un concierto de música clásica  puede ser divertido, que para disfrutarlo no hace falta ser un experto, que no es cierto que haya un tipo de música más difícil que otro sólo porque uno tiene la firma del tiempo (y del talento, claro) y otro no, como por ejemplo las músicas del mundo. Porque todo puede hacerse bien y mal.

Ese es su empeño, y trabaja 365 días al año para lograrlo. No tiene vacaciones, pero es feliz así e incluso le gustaría poder llegar a hacer más. Malikian no sólo es un virtuoso, es un trabajador abnegado.

No le falta razón en lo que dice; quienes ven con malos ojos sus esfuerzos para sacar a los clásicos de la élite, me recuerdan a esos clérigos reaccionarios atentos al reclamo de Juan Pablo II (que no gustaba de los sacerdotes vestidos de paisano), y van por la vida a golpe de sotana y alzacuellos solo para recordarnos que ellos son los elegidos por el Señor para dirigirnos a nosotros, míseros seglares, en nuestra pecaminosa vida. De paso digo que el concepto de director espiritual me parece profundamente inmoral, pero dejemos esto.

Pues bien, Ara no tiene ningún problema para divertirse en escena mientras toca a los clásicos, se nota y nos divertimos con él. Por eso la transmisión es tan directa; su disfrute llega al espectador como llega su emoción, su sentido del humor, su pasión por la música y el amor a todo lo que tiene que ver con ella. Hay un desierto entre el hecho de tocar muy bien un instrumento, y el de poder obrar prodigios tocándolo, conmoviendo el corazón de quien lo escucha. Incluso, y sobre todo, si ese espectador no es un entendido en la materia. 

Era de esperar que fuera criticado por esto, algún comentario sañudo he visto por ahí, muy aislado es cierto, pero de una mezquindad que resulta incomprensible para una mente medianamente libre. Les guste o no, este armenio libanés (ambos ascendentes tiene) está haciendo por la música clásica infinitamente más que todos los celosos guardianes de las formas. Tal vez estén más interesados en pertenecer a esa élite que en ver llenos los teatros. No digo que todos tengan que hacer lo que Malikian, pero sí al menos valorar su capacidad de encontrar maneras de salvar distancias. Se empieza por el corazón. Luego ya irá la cabeza, que por algo la música es matemática pura. Y Ara no sólo nos ofrece su arte, además nos conquista con su simpatía y carisma. 

He tenido la suerte de verle actuar en varias ocasiones en directo. La primera, con tres extraordinarios músicos más en la muy recomendable "Pagagnini", y las demás acompañado por "La Orquesta en el Tejado" uno de los felices logros del violinista. Se trata de una orquesta de jóvenes pero estupendos músicos, de su escuela, si no me equivoco.Y en el tejado parecía que estaban en Hoyo de Manzanares, cuando se levantó un viento que obligó a pegar los atriles al piso con cinta americana. Algunas partituras salieron volando por los aires, como bien podrá contar el magnífico violista Humberto Armas, que tuvo que rescatar las suyas de mano de un joven colega que, sin dejar de tocar, la había atrapado con el pie. Luego Ara hizo uso de su chispa: "No sólo hay que correr tras las notas, sino también de las partituras". Al final hubo sorpresa, una placa conmemorativa por ser la cuarta vez que actuaba en Hoyo. Allí, como en cada sitio que se le conoce, se le quiere.




Para escribir este post he escuchado muchas de las entrevistas realizadas a este maestro. Me ha llamado la atención su naturalidad, su alegría de vivir, su generosidad. Y especialmente su sentido del humor. Tiene gracia para narrar anécdotas, es ocurrente, gusta oírle hablar. Lo dice todo muy tranquilo, con una humildad sorprendente, y en alguien tan grande como él, hasta inconcebible.

Cuando le ves evolucionar en escena te preguntas cómo es posible tocar así el violín; saltando, corriendo, tumbado en el suelo, o girando como una peonza durante casi un minuto, sin tropezar, caerse ni desafinar.

En sus conciertos hay gente de todas las edades, y nunca faltan los niños. En Pagagnini no tuve suerte con uno de los padres, como relaté en su momento en Herodes Superstar. Todos disfrutan. Se ríen y se conmueven. Algunos salen convencidos de haber descubierto su vocación. Otros se van con ella amplificada, como si hubieran soltado lastres que ni siquiera sabían que arrastraban.

No estamos para desperdiciar la verdadera magia; ni la belleza de una noche sumergida en música. El violinista paseaba entre nosotros seduciéndonos, envolviéndonos en una burbuja sin tiempo y sin prejuicios.

Y si entre los que leen este post hay un "tú" que se siente por encima de todo esto, puede que desprecie lo que digo. Ya de antemano te doy la razón en lo que a mí se refiere: no soy una entendida, a pesar de que el violín no es ajeno a mi familia. Pero esa es otra historia. En lo que atañe a Malikian no me fiaré de tu culta opinión crítica. Tampoco voy a fiarme porque sí, no vayas a creer, de los que lo encumbran y premian, que son la inmensa mayoría. No, ni de ellos que lo alaban ni de ti que lo criticas sañudamente me fío: sólo atiendo a lo que sentí la otra noche cuando este greñas prodigioso tocaba el violín, y te puedo asegurar que fue algo magnífico. 



PREMIOS:

“Felix Mendelssohn” (1987 Berlín, Alemania) 
“Pablo Sarasate” (1995 Pamplona, España)
“Niccolo Paganini” (Génova, Italia)
“Zino Francescatti” (Marsella, Francia)
“Rodolfo Lipizer” (Gorizia Italia)
“Juventudes Musicales” (Belgrado, Yugoslavia)
“Rameau” (Le Mans, Francia)
“International Artist Guild” (Nueva York, USA)
Premio “International Music Competition of Japan”
“Premio a la Dedicación y el Cumplimiento Artístico” del Ministerio de Cultura de Alemania
Premio “MAX de las artes escénicas” a la "Mejor composición musical para espectáculo escénico" Galardonado dos veces en “Los premios de la música” por las categorías de "Mejor álbum de nuevas músicas" y “Mejor intérprete de música clásica”.

Notas: *1: Cannone: Violín más preciado del gran Paganini. Cada año se lo ceden a un solista reconocido para que lo toque, y Malikian ha sido uno de ellos. 

Mariaje López. 
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lunes, 22 de julio de 2013

Epílogo de Carlos Sacau al Centauro Agonizante.

Por la generosidad del destino obtengo un epílogo más importante que la obra. Gracias infinitas, poeta de los buenos.






Querida María Jesús:


Da miedo recibir una dedicatoria de este tan trágicamente hermoso poema.
Tragando saliva y piedras ocres de Chirico, te envío unos versos que acabo de escribir en el desierto.
Te mando un abrazo inmenso:
Carlos.






 


Las manos abiertas desnudas
de sangre


le gritaron detente!


Han sido seis siglos de huida
enclepsidrados
en un solo segundo de cristal


Escuchaba el murmullo feroz
de los grillos sobre sus hombros,


la parálisis de los círculos
perfectos que describían los buitres,


la geometría de la desolación


La única salida la vuelta atrás,
la promesa de una sed lenitiva


y hacia el desexilio partió
con la sola desgarradora idea
de embalsamar el cuerpo de su crimen


Sólo halló el rostro polvoriento
de la ausencia
del maravilloso
centauro



Carlos Pérez Sacau

 Licencia Creative Commons

jueves, 11 de julio de 2013

Siestas de Tebeo


- ¡Te he dicho cien veces que no quiero verte metida en las zanjas! -repetía mi madre mostrándome la suela de su alpargata.

Cuando mi voluntad se obstinaba en algo que  mi progenitora no estimaba conveniente, mis nalgas acababan probando la contundencia del susodicho calzado. Pero ¡quiá!, aquella era una tentación de lo más irresistible. 

Nos traían por fin el agua corriente, que muy pronto empezaría a surtir de los grifos de casa, dispensándonos del forzoso acarreo de los cubos que a diario llenábamos en la fuente de la esquina; punto crucial e ilustrativo de las últimas novedades vecinales. Hablo del antiguo Poblado de Canillas, y de principios de los sesenta. 

Las excavadoras habían convertido el barrio en un fantástico laberinto de trincheras, escenario de lo más realista para nuestros juegos de batallas, de espionaje a gran escala, y de todo tipo de gestas valerosas que nuestra imaginación infantil fuera capaz de recrear entre los recovecos y pasadizos. Cuando los obreros terminaban la jornada, la chiquillería tomaba las calles abiertas y recorría sus intestinos a la caza del enemigo. Eran guerras que empezaban después de la merienda y terminaban a la hora de la cena, con bandos reciclables que lo mismo le hacían a una torta que a un pan; sin complejos ni remordimientos; sin juramentos que no pudieran vencerse con un puñado de Sugus.

Para ir desde mi casa hasta la tienda de chuches, había que atravesar dos improvisados puentes de tablones. Tenía permiso para ir a comprar allí, si es que lograba reunir las suficientes perrillas para el tío Constante, tendero estrella para un tercio de la población local, entre la que me contaba. Era por cierto, tío de todos, y no porque tuviera sobrinos, que yo sepa, sino por apodo. Su tienda era pequeña pero estaba abarrotada de los productos más diversos y caprichosos, circunstancia que hacía de nuestros pequeños bolsillos lugares  inhóspitos para las monedas, que huían de ellos a toda prisa. Era el bazar de los deseos, la trampa de los antojos. Un lugar donde no te hubiera importado quedarte encerrada alguna noche con una buena linterna.  

El tío Constante rara vez sonreía, y su cara tostada y regordeta se fruncía en las sienes de manera perpetua. Para nosotros, poco exigentes en este aspecto, era como el mismísimo Alí Babá. En su cueva había cubiletes con toda clase de delicatessen: desde polvos de refresco que hacían espuma en la lengua, hasta castañas pilongas y garbanzos torrados que ponían a prueba la solidez de las dentaduras; desde los chicles de bola anisada y los Bazoka, hasta las monedas de chocolate infame que sabían a gloria. Y había otras muchas cosas: cintas de plástico fosforito para hacer llaveros, caretas, recortables, soldaditos de plomo, cromos, cochecillos de latón, calcomanías, juegos de cocina en miniatura... y hasta joyas del Kitsch español, como las bailaoras de flamenco para encima de la tele (había pocas en el barrio), y el clásico dúo de toro y toreador, negro el primero, vainilla el segundo, y casi siempre imitando los rasgos de Manuel Benítez El Cordobés. 

Pero lo mejor de todo cuanto almacenaba la tienda de los portentos eran los tebeos. No con ese olor característico que tienen los libros que aún no han sido abiertos, porque todos los tebeos que había en la tienda del tío Constante eran de segunda mano: para intercambiar. Llevábamos al viejo los ejemplares que ya habíamos leído, y previo pago de unas perras gordas o chicas, nos volvíamos a casa con otros tantos bajo el brazo.



TBO - nº 471 - 4/11/1966


Algunos, casi nuevecitos, daba gusto verlos con la portada reluciente y las esquinas enteras. Otros las tenían roídas y estaban más manoseados que el escote de La Pochola, dama ilustre del vecindario a juzgar por las generosas menciones que de ella se hacían en la fuente. Siempre quise conocerla personalmente, pues me parecía que era, con mucho, la persona más divertida del barrio. Pero cuando preguntaba por ella a mis padres siempre me respondían con evasivas.  En fin, esa es otra historia... volvamos a lo nuestro. 

Durante los meses de calor en que no había colegio, iba todas las mañanas a cambiar tebeos, cinco o seis por lo general, aunque a veces, si eran gruesos, cambiaba uno menos y me ahorraba la moneda para el día siguiente. Para eso nunca me faltaban ahorrillos, y fueron la mejor inversión de mi infancia. Luego, con la preciosa carga entre los brazos, desandaba el camino saboreando las primicias de la siesta. Yo nunca dormía. Para mi no era un tiempo de sueño, y sí de ensoñación. Después de comer me retiraba a mi cuarto, y allí, bajo la ventana que daba al patio, me tumbaba en la alfombra sobre la que había esparcido el TBO, el Tío Vivo, Astérix, El Capitán Trueno, Pumby, Sissí, Azucena, Sal y Pimienta, El Jabato, Pulgarcito...  y tantos otros. En esas horas centrales del día, cuando la luz caliente y pesada del verano aquietaba el mundo; yo leía, miraba, reía para mis adentros, inquietándome por el destino de los héroes, escrutando el encanto de las princesas, pasmándome con las ocurrencias del botones Sacarino, sorprendiéndome con la perversidad de la bruja Doña Urraca. Todavía no había llegado a España Mafalda, por la censura franquista, y no lo haría hasta los 70. Mientras tanto yo me instalaba en la Rue del Percebe nº 13, con cuidado de no enredarme en las telarañas del ático.

Creo firmemente que mi amor por la lectura, y ese gusto íntimo por recrear y compartir los paisajes soñados,  se forjó en aquellas inefables siestas de tebeos. Si me miro en un espejo el tiempo suficiente, aún puedo encontrar en alguna parte de mi rostro esa niña de largas trenzas, capaz de levantar un jardín del Edén en un tiesto de geráneos, bajo la sombra calada del parral.


Mariaje López

...bajo la sombra calada del parral...

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lunes, 1 de julio de 2013

Las cuatro patas de Caín



Centauro agonizante - Giorgio De Chirico


LAS 4 PATAS DE CAÍN


Se aleja por la tierra áspera, hacia las montañas grises del exilio.

El cuerpo inerte de su víctima yace tendido bocarriba
con las seis extremidades aun crispadas;
y la mirada inmensa clavada 
en el espanto de la muerte.
                              
                                           Amapolas de sangre espesa g
                                                                                      o
                                                                                      t
                                                                                      e
                                                                                      a
                                                                                      n de su frente partida.
                                                       
  Arrastrando su condena marcha el verdugo,
se pierde entre las rocas desnudas y agrietadas,
con duras ansias de olvidar su crimen.

Mas le llega como un eco la recia voz del profeta; 
y escucha cabizbajo
la abominación que gime.

De pronto se detiene, y hace una corveta 

                                              furiosa 
                            y 
             alta
   ne
ra.

 Siempre fue un extraño de su propia tierra;
vagabundo eterno en un mundo oscuro,
vacio de risas y tesauros.

 ¿Por qué echar en falta lo que nunca tuvo?
oculto en la deriva de los días,
ya nadie le hablaría de su suerte.

Él, 
la maldición de su raza, 
el último Centauro.




Mariaje López

 Dedicado a mi amigo e hijo de amiga, el poeta Carlos Pérez Sacau, por lo que él adivinará.
Inspirado en la obra de Giorgio De Chirico "Centauro Agonizante".




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