domingo, 8 de octubre de 2017

BLADE RUNNER 2049.



Corría una tarde de 1982 cuando yo merendaba plácidamente frente al televisor, y vi un tráiler donde aparecía una ciudad que me recordaba a la Metrópolis de Fritz Lang, con anuncios de plasmas gigantes, inusuales en la época, y coches voladores transitando una ciudad futurista y decadente. De inmediato suscitó mi atención. Y fui a verla.

Cuando salí del cine, sabía que lo que había visto y oído permanecería en mi memoria mucho tiempo. Blade Runner, aquella historia de cine negro retrofuturista, precursora junto con Alien del ciberpunk en el séptimo arte, me cautivó. Una estética sorprendente para la época, arriesgada, y tan cuidada que nunca pasará de moda, una música de Vangelis maravillosa, una pregunta fundamental: ¿qué nos convierte en humanos? Y, ¿es eso garantía de que somos el mejor producto posible? Blade Runner es cine negro, futurista, distópico, ecologista, filosófico... Blade Runner es poesía, belleza y tragedia, esperanza y desesperanza en permanente duelo, advertencia, y hasta súplica. Blade Runner es una obra maestra incombustible e incontestable. 

Nadie se atrevió —hasta que llegó Denis Villeneuve— en treinta y cinco años, a abordar una secuela, sabedor cualquier pretendiente, de que el público afecto a la original exigiría que una secuela estuviera a la altura de este mito del celuloide. ¿Lo consigue Blade Runner 2049? Sí y no, en mi particular y humilde entender de simple espectadora. 

Sí, en cuanto a la parte visual y técnica: la película tiene un diseño repleto de belleza y cuidado, la fotografía y la ambientación son maravillosas.

El argumento es sencillo, como lo era en la original, pero carece de la profundidad y riqueza de matices que tiene la cinta de 1982. Aquí los personajes son planos; al menos a mí me han dejado bastante fría, sin llegar a tocarme la fibra, aunque lo intentan con unas lágrimas que no me convencen. La música de Jöhann Jöhannsson, Hans Zimmer y Benjamín Wallfisch, me saca a veces de la historia y en alguna ocasión me hace sospechar que quiere cubrir carencias interpretativas. El ritmo de Blade Runner era más bien lento; entonces todavía se valoraban las películas por otras cosas, en lugar de mayoritariamente por la cantidad de acción. En la secuela se tiene eso en cuenta y aunque no carece de escenas trepidantes, también concede tiempos a la pausa dramática, no siempre bien gestionadas. En dos ocasiones tuve tiempo y ocasión de salir de la trama, recordar algún asunto privado y volver a entrar.

No obstante he de decir que no traiciona, aun en su manifiesta superficialidad, el espíritu de la obra a la que alude, y que es una buena película de ciencia ficción, digna de ser vista y disfrutada —eso sí, llévense un aperitivo porque el metraje es largo—. Mi recomendación es que vayan a verla si les gusta la ciencia ficción, contemplarán escenas de alto impacto que se grabarán en su retina. De eso, a dar la talla como sucesora de Blade Runner, hay un precipicio.

Solo es mi opinión. 



Mariaje López.

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